La vida es gracia
- Estoy cansado.
- ¿De qué?
- Del ámbito en
que me muevo. Toda gente de mierda.
- ¿Te referís es
la humanidad, no?
- Veo que te has
vuelto cínico…
- Solo
observador de nuestra naturaleza humana, -explicó el Maestro.
- ¿Vos decís que
no hay gente buena?
-Digo que somos
todos seres humanos. Algunos han madurado un poco y hacen menos daño a los
demás. Por otra parte, de las pocas cosas de las que estoy seguro a esta altura
de mi vida es que no existe una realidad en la que yo soy bueno y la mayoría
son malos. Eso no sólo es infantil, sino que no es verdad.
- Pero yo no soy
un homicida…
- Es fácil
creerse bueno cuando vemos la realidad en blancos y negros. ¿No tenés pecados?
La pregunta del
Maestro lo desacomodó. Después de un breve silencio, dijo:
- No podés
comparar…
-…Porque son
los tuyos. Los pecados de los demás son siempre peores.
- No soy
corrupto, no soy infiel, no hago mal a nadie…
-¿Tan seguro estás
que no hacés mal a nadie?
El silencio
volvió a apoderarse del ambiente.
Para facilitar
el diálogo, el Maestro optó por continuar.
- En el texto de
la Biblia en donde iban a apedrear a la mujer adúltera, cuando Jesús intervino
y los desafió con la célebre frase de “el que esté libre de pecado que
arroje la primera piedra”, los primeros en retirarse fueron los ancianos.
- ¿Y qué me
querés decir?, -preguntó el discípulo con algo de mal humor.
- Que es
natural que haya ocurrido así. Las personas mayores somos más conscientes de lo
pecadores que somos. La infinita capacidad de manipular y de mentir. La
corrupción estructural; las tentaciones que siempre están a la vuelta de la
esquina y en las que uno puede caer en cualquier momento.
- Yo no soy
corrupto, ni manipulador, ni me siento así.
- Sos lo
suficientemente inmaduro como para no registrar tu propia oscuridad.
- ¿Acaso no hay
personas luminosas?
- Sí, pero no
son perfectas. Y también cometen barbaridades. Aquellos que intentaron hacer de
esta tierra un paraíso son los que la convirtieron en un infierno. ¿O pensás
que las personas más monstruosas y deformadas no tienen una justificación y un
sentido en su obrar? Hitler estaba convencido de que existía una raza superior,
a la que él obviamente pertenecía. Y quería eliminar a todos aquellos que a su
juicio eran imperfectos… No hace falta recordar las consecuencias de su
conducta…
- Honestamente
no me siento alcanzado por lo que decís.
-Tenemos
muchos pecados. Y todos podemos perdernos, y extraviarnos muy mal en cualquier
momento. El primer signo de madurez y sincera humildad es tomar conciencia que
uno siempre está a punto de perderse.
-¿A qué llamás perderse?-A
equivocar el camino. Nuestro egoísmo, nuestro individualismo, hasta nuestro
instinto de supervivencia nos alejan del camino.
-¿A qué camino
te referís?
-Del de la
verdad, del bien, lo que es bueno.
-Estás más
místico que nunca…
-En el fondo
a todos nos ha faltado amor, y nos pasamos la vida tratando de ser mirados por
todo el mundo, tratando de ser importantes, de acumular dinero o poder, de
salvarnos… ¿De qué intentamos salvamos? Del destierro afectivo, de que no nos
miren, de que no nos quieran…
El discípulo
permanecía en silencio.
-Hasta cierta
edad, pensamos que podemos eliminar nuestros pecados y vulnerabilidades solo
por decreto. Que basta una orden de nuestra mente para que desaparezcan. A los
veinte años entramos en una primera madurez al registrar que nuestra voluntad
no lo puede todo. Y así seguimos con algunas pocas crisis grandes durante una o
dos décadas. Finalmente un día nos damos cuenta que muchas de esas cosas que
corregimos están ahí. Presentes e incólumes o reprimidas y acechantes. Pero no
se corrigieron. Hombres que se quieren acostar con cuanta mujer se les cruza.
Mujeres que aspiran a lograr una seguridad o un amor perfecto que ellas mismas
no tienen. Personas que quieren confort o reconocimiento o cambiar una vida que
los tiene aburridos o secretamente deprimidos porque no va a ningún lado… Todo
campo fértil para infinitas manipulaciones que nadie está dispuesto a
reconocer. En el fondo, el problema es que aunque lo niegue, cada uno se siente
el centro del universo. Y hay una enorme incapacidad de poder levantar la
cabeza y ver, registrar, reconocer al que tenemos enfrente…
El discípulo
procesaba aquellas palabras sin atinar a decir algo. El Maestro prosiguió.
-A cierta edad
tomamos conciencia que nuestras conductas y pecados se estructuran. Que por más
que las cambiemos, regresan. Son parte nuestra. Nos enteramos que la botonera
de nuestro control tiene varias teclas que no funcionan.
-¿Y entonces?
-Hay que buscar
más profundo, aceptando con amor como somos.
-¿Individualistas,
manipuladores, egoístas?
-Tenemos que
aprender a ser capaces de ver eso con ternura. Como son características que no
nos gustan, las tapamos, las negamos. Pero están ahí, agigantadas detrás de
nuestro rechazo. Si en cambio, pudiéramos verlas, reconocerlas con
misericordia, ponerle palabras, estaríamos mucho mejor.
-Desaparecerían…
-Eso no lo sé.
Probablemente no…
-¿Y entonces?,
-protestó el discípulo.
-Es que
aceptar algo para que cambie es no aceptarlo en absoluto. Es como si fuéramos
inversores: pongo esto, para cobrar aquello. Y la vida no es un negocio. Es
otra cosa.
-La verdad es
que a esta altura ya no sé qué cosa es…, -dijo el discípulo con cierta
resignación.
-Eso es bueno.
Peor sería tener una definición clara de lo que es. Así hay espacio para el asombro,
el aprendizaje, la gracia.
-¿A qué te
referís con la gracia?
-Que la vida
es un regalo. Todo lo más importante nos viene dado. Por supuesto que nuestro
esfuerzo es importante. Pero nunca al punto de confundirnos y creer que el
universo gira gracias a nosotros. La mayoría de las personas estamos
convencidas que nuestra propia vida funciona gracias a nuestro empuje.
-¿Y no es así?
-Definitivamente
no. La vida sucede. Y la creencia de que somos tan importantes nos hace mucho
daño. Nos presiona mucho llevándonos a creer que podemos hacer cosas que no
somos capaces, lo cual nos frustra enormemente. Hay muy poca comprensión, y
mucho esfuerzo para tratar de llevar adelante ideas…que suelen ser equivocadas.
Por eso algún sabio dijo: “quiero más misericordia y menos sacrificios…”
El discípulo se
emocionó al escuchar esa frase.
-Esas palabras
ton tremendas…
-¿Por qué?
-Siento que
mi vida está llena de sacrificio, y que tengo muy poca misericordia. Para
conmigo mismo, y obviamente para con los demás.
-¿Y por qué
creés que eso es así?, -quiso saber el Maestro.
-No lo sé.
-Debés estar
convencido que tenés que “hacer” tu vida. Y la vida no es algo a “hacer”.
Sucede. Es gracia. Solo podemos ir eligiendo entre los senderos que nos va
presentando, aquellos que tengan más que ver con quienes de verdad somos. Y
cuando nos damos cuenta que extraviamos el camino, que nos hace mal, con mucha
delicadeza debemos buscar la forma de retomar a caminos más auténticos.
-Escucharte
decir que la vida es gracia es liberador…
-¿De qué te
libera?
-De la exigencia
de tener que estar empujando todo el tiempo. Que es como yo concibo la vida…
El Maestro
sonrió.
-Por otra parte,
escucharte hablar de misericordia es como un bálsamo para el alma.
-¿Por qué?,
-preguntó el Maestro.
-Porque detrás
de mi exigencia hay tanto rigor y desprecio, que la misericordia es algo que
puede curar, o al menos tratar bien a mi lastimado espíritu…
El Maestro
sonrió nuevamente en silencio, sabiendo que cualquier palabra estaría de más.